jueves, 12 de marzo de 2009

Seamos pesimistas


“Los únicos que pueden cambiar el mundo son los pesimistas. A los optimistas ya les parece bien cómo está”. Con estas contundentes palabras se expresaba José Saramago hace apenas unos días en una entrevista que le hacían en el diario El País junto a Fernando Meirelles, a propósito de una nueva película basada en su conocido Ensayo sobre la Ceguera.
La sentencia me ha servido de excusa estos días para paliar el pudor social al que a veces nos vemos sometidos quienes tenemos que reconocer, tímidamente, cierta propensión al pesimismo. Al fin y al cabo se trata, efectivamente, de un inconformismo, de una no aceptación de la realidad por el mero hecho de presentarse como consumada. ¿Y, por qué no podemos reivindicar nuestro derecho a ser una especie de rebeldes con causa? Quizá –pienso- convenga destapar, al menos, un pesimismo que, lejos de ser aprensivo y orgulloso de sí mismo, se torne en un pesimismo activo con ánimo de cambiar las cosas.
Pero, al parecer, la tendencia actual deambula por otros derroteros. Reina la pasividad y los colectivos y plataformas sociales, aunque cada vez más numerosos, se apuntan, cual partido político, al carro de la popularidad mediática en detrimento de la acción social por puro altruismo.
Leo la prensa diaria y las palabras de Saramago vuelven a retumbar en mi cabeza como un constante rutilar de reflexiones y preguntas que estallan al aire. Las páginas de los periódicos llevan demasiado tiempo llenas de presuntos casos, bien de corrupción o, cuanto menos, de sinrazón, política y social: militantes del PP a nivel nacional son sospechosos de una trama de espionaje al más puro estilo watergate. No pasa nada y obtienen, por ejemplo, un triunfo rotundo en las elecciones gallegas; un ministro de Justicia del actual Gobierno se va de caza, sin la preceptiva licencia, con el magistrado Baltasar Garzón. Dimite y a otra cosa, mariposa; Y no hace falta ir tan lejos: en Canarias, los diferentes partidos se empeñan en participar en el juego de “culpable tú, culpable yo, y tiro porque me toca” con asuntos como el caso Salmón o el caso Las Teresitas, entre otros. Tampoco pasa nada más. El lector optimista pasa página. Ya se está acostumbrando.
Y continúa pasando las páginas como si se tratara del siguiente capítulo de un gran e interminable serial del que ni siquiera se espera un final contundente sino, tan sólo, rellenar la cuota diaria de entretenimiento. Más páginas. Los diarios nos hablan también de muertes. Muertes de personas a mano de sus parejas o ex parejas sentimentales; muertes de más personas en continuos naufragios de cayucos -muchos de ellos niños-, a los que no sólo se les cayó por la borda sus sueños y esperanzas más nobles sino, también con ellos, su propia vida. Son los dramas de la sociedad actual, “qué se la va a hacer”, diría el optimista lector.
Vamos a ver qué cuentan las más halagüeñas páginas de cine. Pero, tendría que venir la gran industria cinematográfica hollywoodiense para recodar un drama ya consabido: los niños de La India se mueren de hambre o viven en la más absoluta de las pobrezas. Con sus ocho óscar, la película Slumdog Millonaire ha tenido que traspasar la ficción para que los periódicos nos cuenten el drama ejemplarizante de unos pequeños actores que emprenden una dura vuelta a la realidad al regresar a su país, dejando la alfombra roja de Hollywood para instalarse en chabolas en condiciones insalubres. Pasemos pues al horóscopo, dice el lector optimista.
En fin, todo pasa y no pasa nada. La vida sigue, por supuesto. Y el lector optimista lucha orgulloso contra una realidad que se empeña en desvelarse ante sus ojos en constantes alardes de exhibicionismo.
Sin embargo, las palabras de Saramago vuelven a salpicar la conciencia al más puro estilo del Pepito Grillo que, implacable a la par que cuerdo, acecha a su víctima. ¿Hay algo de malo en revelarse al mundo como un pesimista? ¿Qué hay de perjudicial en reconocer que hay ocasiones en que la realidad no nos gusta y que podemos ser inconformistamente pesimistas? Quizá se pueda intentar modificar las cosas, y, cuanto menos, no aceptarlas como hechos consumados sino como realidades que se pueden mejorar.
Quizá podamos aportar nuestro pequeño granito de arena para intentar cambiar el mundo. Quizá haya que estar siempreenmedio, como subraya nuestro blog, “mirando a todos los lados y preguntándonos que es lo que hacemos sin hacer nada, con las manos en los bolsillos”. Seamos, por qué no, pesimistas.

4 comentarios:

Eva y punto dijo...

Pues sí, el problema es cuando se asocia pesimismo a pasividad, ese "para qué me quejo si no servirá de nada". Contra ese pesimismo sí que hay que luchar y hacer un bonito brebaje que combine un toque de rebeldía y un poquito de optimismo para creer que sí se pueden cambiar las cosas, que si protestas y te rebelas puede que consigas algo.

Anónimo dijo...

En la vida hay que luchar, ver las cosas bellas y si no las tienes buscarla, quejarse de lo que se ve que esta mal.

Caos dijo...

No hay que dejar pasar las cosa hay que luchar por ella, no contetarte con lo que te dan

Anónimo dijo...

Cuando oigo PESIMISMO, me viene de inmediato una reacción al cuerpo: poner distancia de por medio. Leí en una ocasión que al pesimista había que tenerlo lejos porque busca problemas para cada solución. Saramago juega continuamente con las palabras intentado dar sentido a conclusiones que a priori son racionales y sencillamente lógicas: la resolución de cualquier conflicto pasa por visualizar el problema, esquematizar la actuación/es posible/s y poner en marcha las pautas que erradicarán esa situación desfavorable. Por contra al premio nobel, y aunque lo dicho por él fuese sólo un baile de letras, jamás SEAMOS PESIMISTAS.
Pepa