lunes, 30 de marzo de 2009

"Respuestas"




El paso del tiempo y la irrupción de nuevas ideas no lo curan todo. Al menos eso se desprende leyendo las cartas [El País, 28 de marzo de 2009] que “rojos” fusilados por el bando franquista escribieron a sus familiares poco antes de ser asesinados. Su único crimen fue concebir el mundo de manera distinta a sus vecinos. “Me quedan dos horas escasas. ¡Adiós, hijos míos! Estudiar mucho y me honraréis con vuestra vida como yo os honré con mi muerte. Muero tranquilo y orgulloso de morir por lo que muero”, rezaba un extracto de la carta que Germán Paredes escribió a su familia antes de ser fusilado en Madrid el 3 de julio de 1941. Tomás Montero no tuvo tanta suerte, probablemente porque se negó a comulgar para que le dejaran escribir su despedida. Sin embargo, supo aguzar el ingenio de quien conoce por imposición el entorno de las frías paredes carcelarias y consiguió esconder en una de las rendijas de su celda un pliego, que el azar primero y la solidaridad de otros presos después, hicieron llegar a sus destinatarios. No tuvo tiempo sino para una breve despedida, pero resulta emocionante: “Adiós para siempre, que tengáis suerte todos, adiós”. Incluso los hubo quienes momentos antes de que la vida les fuese arrancada violentamente y sin razón dibujaron un escenario de ensueño para que sus hijos pequeños no fueran testigos del horror que los atenazaba. “Queridos hijos: estoy en un castillo precioso. Por la noche pasean las princesitas por el patio. Cuando duermo se aparece mamá Pilar vestida de hada con el pelo suelto y muy guapa. Me cuenta todo lo que hacéis. Cuando sois buenos y aplicados me pongo muy contento…”, relataba a sus tres hijos pequeños Vicente Carrizo, último alcalde de la República del Real Sitio de El Escorial, Madrid y condenado a muerte. Pero si sangrante resulta el acto de mantener viva la memoria ante un crimen de tal magnitud que no ha obtenido la resolución adecuada por parte de nuestros políticos, todavía resulta más dolorosa la respuesta sentida y sincera a esas plegarias realizadas 70 años después por sus hijos y nietos. Los mensajes que sus familiares leerán en la tapia donde fueron ejecutados no encontrarán respuesta ni consuelo, como tampoco parece haber dado respuestas eficientes una Ley de Memoria Histórica que quiere dar punto final a una herida cerrada en falso.

1 comentario:

Paushada dijo...

Como dice García Márquez en Cien años de soledad, los hombres que no recuerdan su historia están condenados a repetirla, y como no seamos conscientes de la necesidad de llevar a cabo los términos de la Ley, caeremos de nuevo en los mismos errores.