lunes, 16 de marzo de 2009

"Javier"

Cumplir siete años y padecer beta talasemia mayor, una anemia congénita severa para la que no existe cura no debe ser el mejor de los regalos. Tener que ir cada quince días al hospital para que te hagan una transfusión sanguínea que te permita aferrarte a duras penas a la vida no debe ayudar demasiado a creer. Sin embargo, Andrés recibió de Javier, su hermano recién nacido, el mejor de los regalos: una nueva vida. Y lo hizo desinteresadamente, por verle sonreír de nuevo. Para obrar el milagro sólo fueron necesarias unas pocas células de su propio cordón umbilical. Fue, sin duda, un auténtico acto de fe el que motivó que sus padres, Soledad y Andrés, jamás se resignaran a que su hijo arrastrara una existencia penosa y sin solución de por vida. ¿Qué padres en su sano juicio habrían renunciado a darle a su hijo una segunda oportunidad? Sólo hizo falta creer en la medicina; confiar en que la vida es capaz de abrirse camino en las circunstancias más adversas si se la estimula y cuida adecuadamente. La sonrisa de Andrés, que hoy mira con esperanza al futuro, no debe enturbiarse dando pábulo a absurdos debates sobre ética o moral que se pierden en la memoria de los tiempos. Actuar a tiempo y con determinación, como hicieron los padres de Andrés, es sin duda la mayor prueba de amor. Felicidades Andrés.

1 comentario:

miscelánea dijo...

Sí, señor. Quizá sea una de las historias más hermosas de las que han visto la luz pública últimamente. Qué pena que algunos, abanderados de la moral, supuestos defensores de la vida, y baluartes de la religión, se empeñan en gastarse ingentes cantidades de dinero en campañas publicitarias en las que comparan a un niño con un lince ibérico o hacen declaraciones en los medios de comunicación, cuestionando todavía el "pecado" que supone el nacimiento de Javier porque se discrimina a sus otros hermanitos potenciales, otros embriones que no fueron seleccionados. Qué pena, de verdad. ¿Quién defiende entonces al hermano enfermo? ¿Será Javier infeliz por haber nacido para defender a su hermano enfermo? ¿Quién defiende realmente la vida? A lo mejor, estos señores obispos deberían ahorrarse el dinero gastado en campañas publicitarias y el denodado esfuerzo por ejercer un protagonismo mediático, en contribuir o, al menos respetar, que la ciencia siga avanzando a favor de la vida. Tomen como ejemplo el caso de Javier.